Anchoar

Raeep (Real Academia española de experiencias perso­nales)

Anchoar. V. tr. Dícese de la acción de ir, pensar en ir, organizar el ir y, al fin, comer -almorzar- un boca­dillo de anchoas con finas lajas de ajos y aceite en un determinado y cono­cido lugar de Valencia.

¿Ir? ¿Almorzar? Sí, claro, porque están riquísi­mas aunque desde el cambio de local y la defun­ción del experto se ha producido una pequeña desproporción: en la medida en la que las anchoas no son mejores, el precio sí lo es. Es decir, peor, más caro.

¿La cosa es, era, ir solo a comer esta semiconserva?

No, no. De ningún modo. Con un fraternal amigo lo venimos haciendo cada equis tiempo y como una especie de terapia para desgranar nuestros problemas las inquietudes y las nostalgias. He dicho un fraternal amigo pero casi, si me deja, diría que es un filial amigo, más joven y mucho más majo: le encontraban parecido a Mel Gibson y con eso está dicho todo. Lo de filial viene por varios caminos. Por el de la edad, por la relación profesional y porque quien podía entonces, me encomendó que lo cuidara.

No hizo falta la encomienda porque, vete a saber por qué, sintonizamos muy pronto y luego nos hemos visto envueltos en situaciones comunes que no han hecho sino estrechar el vínculo afectuoso. Tampoco parece que le hiciera mucha falta que lo cuidaran demasiado, porque se desenvolvía muy bien y, siendo una excelente persona, con esa frialdad necesaria en este mundo de poder y confrontación.

Ahora que nadie nos oye, que nadie nos ve, se puede confesar la de veces que hemos forzado un trabajo, una reunión, una actividad para encontrar un hueco e ir a anchoar. Allí lo de las anchoas era lo menor porque se seguía la conversación sobre el trabajo, sobre los problemas -y la poesía y los poemas, ¡ejem!- y casi siempre, no vayamos a exagerar, pensando en la ciudad, en qué hacer, mejorar, resolver…

De modo que ya saben ustedes: si quieren rela­jarse con un amigo y tomar fuerzas para hacer las cosas mejor, ¡a anchoar! y si no gustan o es demasiado caro, ¡bocatatún!

Solo resta decir que el fantástico verbo fue de invención y uso del amigo. Lo del hastial se le resistía, pero el verbo lo ha conjugado como los propios ángeles.

Benavente, 13 de Junio de 2022.

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2 comentarios

  1. Recuerdo yo, querido Pedro, aquellos tiempos de joven, soltero y sin apenas problemas en que acudíamos varios amigos al local (creo que es al que tú te refieres) en su ubicación anterior, con acceso por la calle con nombre de pintor. Lo bueno empezaba en ver trabajar al padre, ver como las abría, les quitaba las raspas, las emplataba y añadía un generoso chorro de aceite, luego decía » mojad pan, no os dejéis el aceite», estaban de muerte.
    Pero, además, no sé si recordarás este detalle, al fondo del local había un corralito y en él un loro, todo un portento en arrancar botones. Uno de los amigos, Daniel «el cojo» (polio en ambas piernas) así le llamamos hasta su muerte (D.E.P.) le gustaban sus artes ( las del loro ) y se le arrimaba hasta que le arrancaba unos cuantos botones, del abrigo, camisa, chaqueta, igual daba. Cómo se reía el tío.
    Eso sí, caras y sin café, que teníamos que ir a casa Montaña.
    Un abrazo

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    1. Efectivamente, queridísimo amigo, recuerdo al personaje de pié, tras la barra, con su labor de limpieza y preparación de las anchoas y con una pinza en cada mano y sin tocarlas con los dedos. ¡Un artista, con su imponente barba blanca si no recuerdo mal!
      Tenia el local antiguo una de esas maquinas compresor tan hermosas para producir el seltz (creo que se decía así) y desde luego, no tenían café, pero había un barecito tiñoso enfrente donde la gente acudía, acudíamos, después.
      ¡Cuanta nostalgia! Un fuerte abrazo.

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