La verdad

Duelo a garrotazos (Francisco de Goya).

Había una vez…

Dos grandes conventos, uno  dominico y el otro franciscano, completamente pegados. Justo en el linde entre los dos huertos creció un magnífico manza­no cuyas ramas y frutos ora se desplaza­ban hacia un lado, ora hacia el otro, con la natural controversia sobre quién debía soportar las molestias y quien recoger las man­zanas.

Hartos de polémicas -incluso de alguna que otra pelea entre legos- los dos priores concier­tan que en un día determinado se reúnan dos expertos para que teológicamente diriman el pleito.

Llegada la fecha, el prior dominico ha designado al mejor teólogo de la Orden Predicadora, pero el franciscano ni se ha acordado del asunto y ya, dando por perdida la controversia, ordena al hermano lego que vaya a la Justa teológica.

Allá que acuden los dos bajo el manzano y tras saludarse con una leve inclinación de cabeza, el dominico levanta, en tono directo y amenazante, el índice de la mano derecha; el franciscano, de modo airado, le enseña dos dedos de la misma mano; el dominico replica lanzando tres dedos y el franciscano concluye mostrando su dedo índice enhiesto.

El dominico hace una gran reverencia con inclinación de la cabeza y, derrotado, se retira.

Todo ello sin mediar palabra.

Vuelto cada uno a rendir cuentas al prior respectivo, inquiere el dominico a su enviado y este le cuenta:

– He mostrado un dedo, indicando que hay un solo Dios.

– El franciscano me ha replicado con sus dos dedos que sí, pero que son dos naturalezas.

– Yo, con tres dedos, le he señalado que son tres perso­nas.

– Y él, con su índice, ha concluido: ¡Pero un solo Dios!

Ante tal contundencia teológica, es el fran­ciscano quien tiene razón y el manzano es de su convento y Orden.

El prior franciscano recibe al lego y le interpela:

– ¿Cómo has salido vencedor?

El lego, le cuenta:

– Él ha dicho con su dedo índice: ¡Que te saco un ojo!

– Yo le he replicado: ¡Que te saco dos!

– Y él, me ha respondido: ¡Pues ya van tres!

– Y yo he concluido: ¡Aún me queda uno!

Así, pues, ¿cuál es la verdad? Qué duda cabe que la verdad final es solo una y el manzano queda -por la verdad inter­pretada por ambos contendientes, y aceptada por sus priores- en manos de los francis­canos. Y a esa verdad se ha llegado por caminos e interpretaciones o argumentos radicalmente distintos, porque nuestra verdad, nuestra visión o las conclusiones a las que arribamos pueden proceder de enfo­ques personales y análisis no necesariamen­te homogéneos.

«La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero» nos dice el maestro Mairena y también que «la verdad del hombre empieza donde acaba su propia tontería».

Podríamos cambiar aquí tontería por cinismo o hipocresía y llegaríamos al mismo final y de esto sabe bien nuestra clase política.

Recoge Unamuno: «La verdad es un lujo; cuesta cara».

Así es, pero no debería.

Jesús, dirigiendose a los judíos les dijo: «La verdad os hará libres». Pero volvemos a lo mismo, ¿qué es, cuál es, la verdad?

Ulpiano, en el siglo III acuñó la Tría Iuris Praecepta:

Honeste vivere (vivir honestamente).

Alterum non laedere (a otro no dañar).

Suum cuique tribuere (dar a cada uno lo suyo).

Me da que Jesus cuando hablaba de verdad debía tener en la cabeza algo parecido a estos tres preceptos y también cabe que Ulpiano se inspirara pensando en aquella Verdad Suprema.

Al espectáculo que asistimos hoy es que cada uno tiene su verdad, que la verdad de hoy no es la misma que la de maña­na, que ahora digo una cosa y al rato la contraria -especialidad de nuestro ilustre Presidente del Gobierno- , que los informadores facilitan a menudo una verdad que procede de una men­tira, que la conformación de la verdad parece depender de la sintonía con quien la expresa para trasladarla debidamente condimentada si es menester. Ya ha dicho Trapiello «que en un periódico puede pasarse por verdad lo que no es verdad, y al revés, por mentira lo que solo era verdad» y de esto saben mucho, además de la prensa, nuestros políticos que no dudan en violentar el principio de presunción de inocencia cuando conviene a sus intereses para descali­ficar o hundir a los adversarios -y a veces a los amigos o correligionarios y no hace demasiado hemos asistido al hecho esperpéntico de acusar a alguien de una acción punible y al ser interpelado el acusador de por qué no ha ido al juzgado responder que porque no tenía pruebas (¿?)- sin parar mientes en si es verdad o calumnia, fundado o infundado, probado o no, aquello que están manifestando.

Valencia, 15 de marzo de 2022.

Nota.- La historia frailuna, no es de mi cosecha. Me la contó -y escenificó- hace ya demasiados años el marido de mi hermana. Suum cuique tribuere…

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6 comentarios

  1. Querido amigo Pedro,

    Por fin he podido leer tu magnífico artículo. El relato de los dos frailes creo que es espectacular. Con unos simples gestos manifiestan un sólido discurso. Justo al revés de lo que pasa hoy: estamos tan alejados unos de otros que la palabra , y con ella los argumentos que pretendemos defender, no sirven para nada. Bajo mi humilde punto de vista, la pregunta que me hago es. ¿Cuánto tiempo le que da al lenguaje?

    En fin, un tema mas para añadir a los que podemos tratar cuando nos veamos de nuevo.

    Con toda mi gratitud, recibe un fuerte abrazo de tu amigo Manolo.

    Manuel Nieto Salvatierra

    Doctor en Ciencias Geológicas · Fundador y Presidente Emérito

    Calle Conde Altea, nº 1, 3ª Tel: +34 96 3959496 http://www.evren.es

    46005-Valencia (España) Mov: +34 609 603 099 e-mail: mnieto@evren.es

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    1. Mas que los duelos a garrotazos o las dialecticas por señas lo que desde luego empobrecerá el lenguaje sera la falta de lectura, la deficiencia en la compresión oral y, bastante, el uso de las redes sociales donde se escribe de manera sincopada, simple, con abreviaturas…

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  2. Por fin, mis ocupaciones -nada importantes, pero reales como la vida misma- me han permitido encontrar un hueco para leer “La verdad”; un nuevo escrito del autor de éste blog que, para iluminar el relativismo, nos trae una divertida pugna conventual. Después, desliza su reflexión a una cuestión de lamentable actualidad: la acusación sin pruebas, a la que añado yo la quiebra del principio de la presunción de inocencia y la inversión de la carga de la prueba. En esta ocasión, la obra “Duelo a garrotazos”, de Goya, no puede estar mejor elegida, ya que los garrotazos van que vuelan en este mundo por culpa de una pasiva, condescendiente y, en algunos casos, cómplice actitud de una incomprensible Justicia. Y lo dejo ahí, pues si uno alcanza a comprender lo que aparece como incomprensible, podría ser que participa de las mismas incalificables conductas, al menos, por omisión. RCR Enviado desde mi iPhone

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