Escribí una entrada a primeros de marzo de este año que titulé Otra vez soledad. Se notaba en ella -más de lo que uno hubiera deseado- que estaba en una situación emocional baja, por decirlo amablemente y con voluntaria ausencia de análisis riguroso.
Mucha familia y algunos amigos (¡qué perspicaces!) creyeron ver una situación de riesgo y corrieron en mi ayuda. Me hablaron, me distrajeron, «me pasearon», y me llevaron al camino de la serenidad. A lo menos, al camino. A la meta, nunca se sabe.
La gran preocupación de una vuelta a las andadas en aquellos momentos era qué pasaría cuando, después de estar juntos unos días, volviéramos a la vaciedad de la vivienda habitual. Daba horror pensarlo, como horror había sido tras las Navidades.
El tiempo va pasando y uno solo desea encontrar la rutina, el orden, lo habitual y, en ello, espera la estabilidad. Hemos pasado, creyendo que no nos afectaba porque somos de nuestro natural valientes, un confinamiento y unas limitaciones que, queramos o no, lo percibamos o no, nos han dejado huella y han alterado nuestra estabilidad emocional y no sabemos bien si lo hemos asumido y superado o están, en guardia, esperando seguir agobiando nuestra vida.
Hemos acudido a la evasión, los viajes y la lectura pero la amenaza seguía ahí y solo se ha superado -y es necesario darse cuenta de ello y de ello estar convencido- cuando a la vuelta del verano se ha sido capaz de retomar una normalidad sin excesos de melancolía y con un shock que se tiene que conocer: Ha habido una terrible desgracia familiar y se ha analizado desde muchos puntos de vista: que si la juventud, la responsabilidad, Instagram, la pandemia…. Bueno, no sé.
Lo que si sé, tengo la absoluta certeza, es que al contemplar la entereza de los padres, su ánimo y su fe, sí su fe cristiana, que han esparcido entre todos nosotros, soy yo el que ha recibido la descarga cerebral para ver, sentir, que la breve vida hay que vivirla con fe, con esperanza, con alegría y sin amarguras.
Las enseñanzas que la vida -y la muerte- nos proporcionan hay que saber tomarlas, leerlas y hacer de ellas virtud. Así lo siento.
Valencia, 21 de septiembre de 2021.
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El El mié, 22 sept 2021 a las 19:18, «Nunca es tarde para no hacer nada»
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Tu sabes muy bien el valor de la amistad y el acompañamiento. Vivimos hace años, dos episodios familiares muy tristes y encontramos mutuo consuelo.
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Pedro me emocionas favorablemente
Muchas gracias por compartirlo
Un fuerte abrazo
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En estos tiempos de soledades, melancolías y agobios emocionales, solo saldremos de ahí acompañados. Un abrazo.
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