Amor de madre

Ninot de la Mare de Déu dels Desemparats.

Se tiene por cierto que no hay amor más puro, más entre­gado, que el amor de una madre.

¿Esto es así en todos los casos? ¿Todos los amores de madre son iguales? ¿Todas las madres aman de la misma manera, con la misma intensidad? ¿Son mas generosos unos amores que otros?

No sabe uno si será capaz de dar respuesta adecuada a tanta pregunta, pero se pueden aportar tres experiencias de tres casuísticas diferentes: las tres válidas y las tres de gran pasión pero esencialmente distintas. Nada que ver unas con otras.

Mi madre fue una mujer extraordinariamente culta y sensible a la que el matrimonio y la materni­dad, yo diría, le aportaron poco. Pasó por esta tierra con sus ensoñaciones y esclava de una vida con relativamen­te pocas satisfacciones personales y materiales. Vivió refu­giada en su mundo de la lectura, de la reflexión y del análisis. Con los hijos y los nietos disfrutó poco y, lo poco que fue, siempre estuvo vinculado a ejercicios mentales, de juegos intelectuales y de impresiones silenciosas o casi. No soportaba las algarabías ni los gritos o alborotos: probablemente influyera que padeció sistemáticos y recurrentes dolores de cabe­za. El más intenso, el definitivo, el tumor cerebral que se la llevó por delante con 65 años.

Queda presente, e indeleble, de ella una frase que revela todo lo que trato de manifestar, sin rencor y como homenaje a su valentía y honestidad: «A mí, por no gustarme los niños, no me habéis gustado ni vosotros” (referido a sus cuatro hijos). No se puede ser más clara. ¿Es que no nos quería? En absoluto. Nos quería pero de una forma serena, sin aspavientos, sin gestos exagerados. No éramos, porque sí, los más guapos, ni los mejores ni los más inteligentes. Interesábamos -y entiéndaseme- en la medida en que podíamos ser interlocutores de sus habilidades culturales, dialécticas o de educación. Me temo que no lo puedo explicar correctamente pero el trato, al menos conmigo, era el de un pugilato intelectual y un intercambio constante de análisis, opiniones y juicios sobre las mas variadas cuestiones.

Mi suegra fue una mujer de su casa con una cultura elemental -lo que se enseñaba a una señorita casadera en un internado- y su mejor virtud, en este terreno, fue la de la prudencia. Como antítesis de mi madre, sentía un amor por sus hijos que yo calificaría de perruno con sus cacho­rros, de gallina clueca con sus polluelos. Aparte de su vivo genio, que lo tenía, su gusto -por no lla­marle obsesión- era el de hacer felices a quienes tenía alrededor -marido, hijos y yernos y nueras-  para que su vida fuera grata y se sintieran -nos sintiéramos- en el paraíso terrenal. De la fiebre con y por los nietos no cabe más que situarla en la exageración, eso sí, llena de ternura y atención. Este es, pues, el amor maternal quizá más común, que pudo uno ver como contrapunto del experimentado en el hogar paterno.

Por último -y el más completo y homogéneo- es el que he vivido con mi mujer, con la madre de nuestros hijos. Ha sido -y es- un amor tranquilo, pausado, sin exageraciones en el plano físico ni en el intelectual. Un amor sosegado, consciente, entregado, generoso, racional e intenso a la vez. Y es el que yo veo que se puede: el intelectual/emocional y el físico/somático. Sabiamente combinados los dos, con naturalidad, sin aspavientos ni exageraciones vulgares, es lo que calificaría como el más y mejor amor de madre. Nada de voces, nada de alteraciones, na­da de expresiones ordinarias. Amor en estado puro. De madre.

-No hará falta decir que he sentido, y siento, amor y respeto por las tres-

Soria, 19 de Marzo de 2023. ¡Vaya por Dios! Dia del Padre.

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