Un viaje y La Fuente del Encanto 

Urueña, Villa del Libro: ¿Utopía Rural? | El Guisante Verde Project - Blog  de Viajes
Urueña

Fieles a nuestro compromiso -y nuestra inercia- de visitar las exposiciones de Las Edades del hombre nos dispusimos a cumplir con ello y decidimos acercarnos a Burgos, Carrión de los Condes y Sahagún para ver la edición de este año.

El Parador más cercano a Burgos es el de Lerma pero, como ya habíamos pernoctado en él otras tres veces, planteamos ir al Parador de San Marcos de León que ya conocíamos y que está recientísimamente rehabilita­do. La cuestión, poco meditada, es que León está a 171 Kms de Burgos en la ruta más corta, pero… ¿qué más da?

Teníamos interés, ya que venía de camino, en volver a visitar Urueña, la Villa del libro don­de estuvimos hace 15 ó 16 años cuando em­pezaba este tema de las librerías. La villa es una preciosidad bastante bien conservada y la visita obligada a las libre­rías, una delicia. Compramos en varias librerías de las adosadas a la muralla entre otros: Antología poética de Juan Ramón Jiménez, por la presión de Trapiello, y Franco, historia y biografía de Brian Crocier. Este último para tener otra visión después de la lectura de Hugh Thomas, Gabriel Jackson, Stanley Payne, Julius Ruiz, Fernando del Rey, Ro­berto Villa, Raymond Carr, Pio Moa o Malefakis, Moradiellos, Abad de Santillan, Reverte, Rojas, Eslava Galán o Chaves Nogales.

Dejamos para la mañana siguiente la visita a la librería más antigua establecida allí antes del boom: Alcaravan. Jesús, su dueño, nos estuvo ilustrando con informaciones y comentarios sobre Urueña, las librerías y sus gustos literarios, que, mira por dónde, coinciden plenamente con los míos: sus tres autores preferidos son Baroja, Deli­bes y, hoy, Trapiello. Hablando de este último me ofreció, y compré, su más reciente publicación: La Fuente del Encanto. Poemas de una vida (1980-2021). Nos despedimos y quedamos para una futura visita, quizá.

Urueña, Villa del libro-Fundación Jorge Guillén, premio ACE-Ángel María de  Lera 2021
Villa del libro. Urueña

Ya marchando para León hicimos una pequeña parada en el Ermitorio de Nuestra Señora de la Anunciada junto a Urueña, una preciosidad de estilo románico lombardo, poco habitual en Castilla y muy común en Catalu­ña (lo de lombardo, no lo románico). De aquí nos dirigimos a San Cebrián de Mazote que cuenta con un Iglesia prerrománica mozárabe excepcionalmente conservada y hermosísima.

Era domingo y oímos la Santa Misa con un sa­cerdote decrépito pero con buena voluntad y la pre­sencia, como ha sido común en el mundo ru­ral, de siete u ocho mujeres -dos de ellas cantari­nas-, y un par de hombres separados al fondo de la iglesia como si la cosa fuera poco con ellos. El sacerdote al acabar la misa nos recomen­dó que fuéramos a visitar el magnífico monasterio -una Catedral, dijo- de Santa Maria de la Espina. Nos acercamos y con estas moderni­dades de la cita previa, no pudimos pasar ni de la cancela de la carretera. Otra vez será.

Fuimos el martes, el lunes cierra, a ver la exposi­ción en las tres sedes. Es la número 25 y esto na­ció para poner en valor y mostrar el arte religioso de Castilla y León (en sentido geográfico pre-autonómico) aprovechando el tirón para restaurar las obras, las iglesias, conventos o ermitas. Una magnífica idea como lo fue en la Comunidad Valenciana La luz de las imágenes.

La cuestión es si el contenido da tanto de sí. Hemos visitado 19 de ellas y, claro, uno de los divertimentos es ver, recordar, tratar de recordar dónde vimos también este Cáliz, esta Custodia, este Cristo, o esta Santa Ursula. Donde aquella Virgen de la Leche, o la Virgen de la mosca o el díptico de Limoges. Bien está, pero por dejarlo dicho una vez más en cuanto a la presentación de las obras: ¿se hacen para enanos? ¿se hacen para gente de 18 años con la vista perfecta? Me explicaré: en la semi penumbra de las salas se colocan las cartelas cerca del suelo o a un metro de él, se confeccionan en gris sobre blan­co, en beige sobre marrón, en rosa sobre ocre… No hay quien las lea y si lo intentas es con el riesgo de quedar ciego y con un ataque de lumbago. Pasa aquí y en todas las exposiciones de España. Hay que ser originales y modernos pero ¿tanto?

En el Parador de San Marcos disfrutamos de la lectura en la espléndida biblioteca. Espléndida por el continente que no por el contenido. Cuando te cansas de leer puedes relajarte saliendo a un balconcillo que da directamente sobre la Iglesia del convento y contemplar el Coro y la magnífica bóveda gótica, el altar mayor, los sepulcros…o dando un paseo por el Claustro alto.

La dotación libresca ya se puede comprender que es muy pobre por no decir lamentable: libros de autores más o menos locales, de turismo, de actividades varias institucionales… Sí llamó mi atención un par de libros de Andrés Trapiello traducidos al Rumano o Polaco. Pensé llevármelos como curiosidad pero el hurto no está bien aunque nadie vaya a leerlos jamás. Y, claro además, yo no sé rumano o polaco.

Todavía hubo oportunidad uno de aquellos días de acercarnos, por requerimiento de un hijo, a Castrillo de los Polvazares para comer el Cocido “inverso” Maragato. Estuvo bien.

Ya de vuelta y en estos últimos días hemos retoma­do el rigor de la lectura y después de leer Incierta gloria (coincido con Trapiello: le sobra la tercera parte, como poco), Una isla en el mar Rojo y El terror Rojo de Wenceslao Fernandez Florez (respetable visión del que lo sufrió) y Mariona Rebull (folletón donde los haya), he leído La Fuente del Encanto.

La Fuente del Encanto: Poemas de una vida (1980-2021) (VANDALIA) eBook :  Trapiello, Andrés: Amazon.es: Tienda Kindle

Es un libro extraordinario pero no por la poesía. Como complemento autobiográfico de lo contado en Madrid me parece interesantísimo y como ensayo sobre la poética, muy esclarecedor para mí.

He sido muy ligero lector de poesía y partiendo de Homero, que si lei y traduje, han pasado por mis manos Las mil mejores poesías de la lengua castellana de Ediciones Ibéricas, 1965; algo de Hartzenbusch; una antología de Antonio Machado, otra de Miguel Hernandez, el Romancero Gitano de Lorca, algo de Tagore, de Rilke, un Romancero Antiguo edita­do por Juan Alcina, el teatro y las comedias del Siglo de Oro, Rubén Darío, Becquer y, naturalmente, las Canciones del suburbio de Pío Baroja, productos de vejez y de neurastenia, según su propia explicación.

Dicho esto, no deja de asombrarme la insistencia, si no obsesión, de Andrés Trapiello de ser, por encima de todo, poeta y de vivir en la poesía más que escribirla. A mi la poesía con rima consonante, o al menos asonante, me gusta pero no con deleite. Me distrae y me distrae del objetivo en sentido literal: me suena a música, ritmo, melodía, a compás de tres por cuatro y no solo con la versificación acentual.

Este es el Trapiello poeta, el que escribe una prosa poética, íntima, vital, humana y sen­cilla

De chico aprendí de memoria unos cuantos poe­mas que, repetidos, me llevan al recuerdo familiar. La primera Espinela: “Guarneciendo de una ría/ la entrada incierta y angosta/sobre un peñón de la costa/que bate el mar noche y día…» La pedrada, de Gabriel y Galan; la elegía a Ramón Sijé; las estrofitas del Vía Crucis El diamante de la Cruz

He aprendido mucho con lo que, insisto, me parece un magnífico ensayo sobre la poesía, pero la poesía «moderna» no rimada siempre me da la sensación de ser una prosa desordenada en líneas cortas que quizá contenga algo mas de emoción, de espiritualidad pero a mi no me llega. Dice Trapiello que la poesía hay que leerla despacio. Ni así. Cuando la leo, al segundo no sé lo que he leído. Sí me ha hecho gracia el poema Agropecuaria que, no se moleste el autor, me trajo a la mente, y no sé por qué pero así fue, La rebelión de las musas de Jorge Llopis.

Volviendo a la parte en prosa del libro. Me ha remitido a mi niñez. Me ha paseado por las calles, la vida, los ultramarinos y tiendas de coloniales, por el vino con gaseosa: vino embocado, gaseosa y hielo que se compraba algún domingo en los ul­tramarinos del Sr. Monzón de la calle del Salvador. 

Por aquellas calles también hacíamos el pardal y ante nuestra inactivi­dad frecuente o astenia habitual, nos decían: «estás apardalado”. También comprábamos las Hazañas Bélicas y unos éramos de El Jabato y otros lo eran de El Capitán Trueno. Igualmente sabemos lo que es, como becario, hacer los recados o guardar la portería del Centro o acarrear los libros y, a pesar de ello como dice el autor, ser feliz. Este es el Trapiello poeta, el que escribe una prosa poética, íntima, vital, humana y sen­cilla. El que se expresa con sensibilidad y amor en todo lo que dice y hace. La otra, la poética pura, la moderna, la de los ismos, no me alcanza.

Valencia, cuarto domingo de Adviento.

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