La vida de los libros

Ilustración de David de las Heras.

Si buceas en internet puedes encontrar frases a espuertas sobre los libros.

Una de las más conocidas es, quizá, la de Edmondo de Amicis que dice que el futuro de muchos hombres ha dependido de que hubiera o no una biblioteca en su casa paterna. Cierto.

Amo los libros y no importa desde luego la cantidad (hay quienes estúpidamente presumen de tener más de 1000 libros: yo he conocido algunos) y sí la relación que se tiene con ellos, su origen, lo que nos re­cuerdan  y, en definitiva, lo que nos apor­tan muchas veces además de su lectura.

Me gustan los libros nuevos, los que hue­len a nuevo, los que huelen a tinta, los que no huelen. Lo mismo los de lance, los que huelen a viejo, a humedad librera e, incluso, aquellos de los que huye un lepisma sorprendido por la luz que detesta.

Decía que gustan más allá de sí mis­mos y es que en muchas ocasiones, especial­mente en los de origen familiar y en los adquiridos en librerías de viejo, encuentras datos, notas, informaciones, sellos e incluso papeles que te acercan a un añorado mundo, diferente y emocionado.

Si repasas los que posees de la familia puedes encontrar, entre otros, El fiacre número 13 del folletinista  Xavier de Montépin, edición de 1884; una colección, encuadernada en Chuliá, de cinco novelas de Rocambole, de Ponson du Terrail, de La Novela Ilustrada de 1909, siendo director literario Vicente Blasco Ibañez. Fue propiedad de un señor según figura en nota manuscrita en la página vuelta de la portada y aparece, también manuscrito, el nombre de una señora, «natural de Valencia» en la vuelta de la contraportada; Don Quijote de la Mancha, en edición valenciana de 1872, encua­dernado en el taller de Antonio Polo, encua­dernador del Excmo. Ayuntamiento de Valencia, de la calle del Gallo n°1 frente a la plaza solar del ex-convento de las monjas de San Cristóbal. ¡Fantástica infor­mación! Conserva una nota transversal manus­crita por mi abuelo paterno que dice: «leído tres veces, en mayo 913, en junio 914 y septiembre 915.» Juanita la larga de Juan Valera, de 1899, con ilustraciones de Alcalá Galiano. Nada de particular salvo que la primera ilustración, de una mujer con un cántaro y con un moño alto está tomada como modelo y copiada y dibuja­da tras la tapa de otro libro: Un cazador predestinado de Fernando Martín Redondo, de 1871. ¿Quién copió el dibujo? En la última página, blanca, está la firma de mi abuela materna y unas letras (A B) primorosamente dibujadas a lápiz con ornamentación vegetal, su nombre y una pequeña carita; Pepita Jiménez, de 1875, que ha tenido peor suer­te: las dos primeras hojas están plagadas de rayajos típicos de niño indómito. ¿Yo? ¿alguno de mis hermanos? Contiene, como cu­riosidad, una firma ilegible y un sello rosa de la Librería Viuda de Ramón Ortega. Bajada de San Francisco, 11. Valen­cia. El mismo sello existe en Bocetos al temple de Pereda.

Ejemplar de Don Quijote de la Mancha (1872).

Tenemos otros editados en Madrid pero encuadernados y grabados en piel en la librería Maraguat, de Valencia (Becquer, Ruben Darío o Pereda).

Un pequeño lugar aparte merecen unos libros de historia y otros que podríamos llamar «de texto».

Hay una Historia Universal de Anquetil de 14 tomos del que falta el  primero; un compendio de Historia de España de 1884 de escaso interés pero que contiene una nota manuscri­ta de algún lector relativa a Alfonso III, Ordoño y Fruela. El Compendio renovado de Historia General de Don Fernando de Castro editado en Madrid en 1876 que presenta un sello de un abogado de Valencia -su anterior dueño, hay que suponer- de nombre y apellidos igual que uno de mis hijos.

Merece especial atención la magnífica Historia de España de Angel Salcedo, de 1914, editada por Saturnino Calleja en la calle Valencia n°28 de Madrid. Hay un sello adherido que acredita que se compró en la librería La hormiga de oro de Barcelona.

Este libro ya lo debió utilizar mi padre en sus estudios y entre sus páginas hay res­tos de algunas hojas o flores que están ahí más de 100 años.

En este ejemplar perpetré yo una salvajada al recortar una ilustración de esmaltes del siglo XII por necesitarla para la confección de un trabajo en la asignatura Historia del Arte en 6º de Bachiller. Hace unos años con mucha paciencia despegué aquello de donde lo puse y traté con mimo de restaurar el libro. No quedó mal.

Por último, y para no extenderme mucho, haré mención de unos clásicos que, salvo la Física de De la Puente de 1932 que lleva manuscrito el segundo apellido de mi padre, aún utilicé en mi bachiller.

Los recojo brevemente:

El famosísimo Delago, que es una colección de fragmentos de los autores clásicos latinos traducidos interlinealmente. Hay dos ejemplares de 1866, de donde imagino que uno era de mi abuelo, y el otro de un préstamo que no se devolvió.

Tengo el ligero peso en la conciencia de estudiante de haber utilizado este libro alguna vez para encontrarme, ya traducido, algún texto que formara parte de mis deberes. Era una joya y mucha la ten­tación. Lo hice pocas veces, pero…

Encontré en un estante el extraordinario Nuevo diccionario latino-espa­ñol etimológico de Raimundo de Miguel de 1897 que hice restaurar y reencuadernar en casa Chuliá de la calle la Nave, con mis primeros dineros ahorrados allá por 1965.

Lo utilicé siempre en casa y lo llevé al examen de latín de preuniversitario en la Universi­dad. Un profesor cuidador lo estuvo miran­do maravillado y llegamos a hacer algún comentario.

Hago referencia ahora a otros dos clásicos que también utilicé: 1, el Prontua­rio de gramática francesa de Manuel Cas­tillo, editado en Valencia en 1929 y encua­dernado también en Chuliá en su ante­rior ubicación de la calle  Rubials, 4. Lleva en la primera página los apellidos de mi padre; y, 2 el completísimo Diccionario Español-Francés de Nuñez Tabo­ada editado en Barcelona en 1867.

En todos los libros reflejados hay datos, anotaciones, curiosidades -además de su uso por mí en algunos casos- que les da un sabor especial, insisto, más allá de lo que son por su contenido o antigüedad.

Algo similar ocurre con otros libros que pueden haber sido dedicados por sus autores, por compañeros, por amigos, por pa­rientes. Siempre tendrán un interés diferente porque ante su lectura también se repre­senta el afecto o el recuerdo de quien te lo dedicó. Existen igualmente los que contienen comentarios de sus lectores y destacaría, por no abrumar, En el país del arte de Blasco Ibañez con argumentaciones entendibles del anterior propietario; Nuestra espe­cie de Marvin Harris con atinadísimos escolios de Adolfo de Azcárraga y míos, seguramente no tan atinados (libro suyo que después me regaló); Cartas de España de Blanco White (libro fotocopiado para mí, de uno suyo) u Obra inglesa de Blanco Whi­te de Juan Goytisolo (libro prestado por mí, a él), ambos con sus anotaciones.

No sa­bes si aquél libro o lo que se incorporó fue importante para ellos. Lo que sí que sabes es que el rastro o la huella dejadas siempre serán eternos

En las compras actuales de libros de viejo encuentras sellos, firmas o nombres de anterio­res propietarios que siempre hace preguntarme: ¿quién sería? ¿Por qué se deshizo de él? ¿Qué sintió al leerlo? ¿Lo leyó? ¿Por qué está medio intonso?

Además de ex-libris, firmas y nombres, he encontrado últimamente dentro de varios libros algunos papeles curiosos:

Ha estallado la paz de Jose María Gironella. Un boleto de la quiniela de 21-03-73 con encuentros de las ligas de fútbol portuguesa e italiana. En el mismo libro, un resguardo del Taller cen­tral de la Dirección General de infraestructura del Ministerio del Aire de un aspirador Philips de 125 V, procedencia Radar Paracuellos. Entrada 26-6-71. Se terminó 27-9-71.

En las trincheras de Stalingrado de Victor Nekrá­sov: un presupuesto de colocación de papel, techos al temple, elementos radiadores, habitaciones temple con un teléfono de contacto de  6 ci­fras para hacernos una idea de la antigüedad.

Víctimas de la guerra civil, bajo la coor­dinación de Santos Juliá: una partici­pación de lotería del n°57.407 de 500 pts para el 22-dic-99 firmada en un papel de notas Cij de Quart de Poblet.

El vértigo de Evgenia Semionovna Ginzburg. Lo compré a Almacén de los libros olvidados y era de la biblioteca municipal de Baracaldo. Lleva los sellos de registro y el receptáculo típico del servicio nacional de lectura para colocar la ficha. Espero que proceda de un expurgo y no de un hurto.

Peonía de Pearl S. Buck: una estampa de San Jorge, patrón de Villanueva de Alcardete (Toledo).

Un hueco diferente necesitan cuatro libros, en francés, adquiridos en París. Zalacaín l’aventurier de Pío Baroja, de éditions Excelsior 1926.Comprado en la Librairie espagnole el día 3 de marzo de 2007. Tiene la fecha de compra del anterior propietario (15-novembre-1941) y su firma, en plena segunda guerra mundial. También lleva la firma del dueño anterior y la fecha (17-IV-1941) “Ramuntxo” de Pierre Loti, que adquirimos en la librería Shakespeare de la Rue de la Bûcherie. Jugements et témoignages sur Le Sage et sur Gil Blas y Histoire de Gil Blas de Santillane de la editorial Garnier. Sólo tiene una señal de por dónde iba la lectura del anterior propietario. Voyage en Espagne de Théophile Gautier, edición de 1894. Estos dos últimos fueron comprados el 29 y 28 de noviembre de 1998 en Les Bouquinistes del Quai Malaquais de la Rive gauche del Sena. Su valor para mi, básicamente, que por allí paseaba, visitaba y compraba Don Pío.

Todo, las notas de mi abuelo, las firmas de mi padre y de mi abuela, los ex-libris, las anotaciones, los comentarios, las dedicatorias, las hojas secas, los papeles olvidados forman parte de la historia, de las vidas de alguien y cuando están en tu poder y accedes a ellas se incorporan a tu propia vida y experiencia. También todo ello nos entera de librerías, editoriales, actividades o calles y edificios desaparecidos, de cambios tecnológicos, sociales y deportivos y eso igualmente forma parte de nuestra memoria y, puede ser, de la nostalgia.

Sientes curiosidad pero, sobre todo, respeto. Son cuajos o cendales de las vidas de otros. No sa­bes si aquél libro o lo que se incorporó fue importante para ellos. Lo que sí que sabes es que el rastro o la huella dejadas siempre serán eternos. Permanecerán en su lugar y nadie, en lo que de mi dependa, hará que esos detalles de perso­nas con sentimientos, con inquietudes, incluso con olvidos, dejen de estar donde la voluntad o el descuido los dejó.

Valencia, a 20 de diciembre de 2020.

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