Fractal y otras memorias y diarios

Se anunció en algunos medios la aparición del libro de Andrés Trapiello Fractal del Salón de pasos perdidos informando que se presen­taría el 6 de junio del corriente año. Me dirigí, a mediados de mayo, a mi librería de cabecera -Paris Valencia- para reservar un ejem­plar, que me llegó el 4 de junio.

Fueron apareciendo enseguida algunos comentarios pero me fijaré en tres. Uno de Felix de Azúa que dice: «Fractal, la selección de los diarios desde 1987 a 2006 de Andrés Trapiello, es sin duda una obra maestra de la literatura contemporánea española.»  Nada que cuestionar salvo que yo no lo reduciría a Fractal sino que aplicaría el califi­cativo al conjunto de los 24 volúmenes de Salón de pasos perdidos, publicados hasta hoy.

Las dos siguientes son del propio Trapiello. Dos: «Esto es una novela sobre la vida, la mía, desde luego, pero también la del lector”. Esta novela en marcha, como la considera el autor, ciertamente es de su vida, sus pensamientos, ensoñaciones, y penas y alegrías. De su actividad profesional, su familia y su entorno y, en ese sentido, en algu­na medida, nos vemos retratados -cuando no envidiando- en bastantes de sus vivencias que nos son próximas o comunes.

Tres: «Tantos miles de páginas son muchas, no se le puede pedir a nadie que las lea todas». Sí, muchas son. No obstante, han sido leídas todas, anotadas, subrayadas, incluso puestas en cuestión y disfrutadas al compás del tiempo. ¿Qué es, pues, Salón de pasos perdidos? Ya hemos visto las ligeras notas que propone el autor: con­tar su vida, una novela en marcha y unos miles de páginas.

Si lo miramos por comparación, ¿es como Las memorias de un hombre de acción de Baroja? ¿lo es como Desde la última vuelta del camino de Baroja también? Por supuesto que no como las de un hombre de acción porque estas introducen un elemento fundamental que es la alienidad: estamos asistiendo a las aventuras de un ser ajeno -si bien que pariente lejano- al propio Baroja: Eugenio de Ariraneta. Esto sería, más bien, una novela de aventuras continuada. Espléndida, eso sí.

Más proximidad veo con Desde la última vuelta del camino. Don Pío nos lleva a recorrer esos años y nos va contando a veces sin ilación, a veces atropelladamente, otras con poco sentido o incluso acomodándolas a su interés, sus experiencias, sus anhelos, sus decepciones y sus propias frustraciones, que también.

 Andrés Trapiello hace, con su peculiar estilo no tan alejado del de Don Pío, un viaje intenso con las diferencias temporales y espaciales que son naturales y con el juego de las X, donde uno de los retos es tratar de averiguar de quién está hablando. Algunas veces, se consigue.

Pensando en otros modelos pondría como máximo exponente de los Diarios, por encima de todos, los de Samuel Pepys, magníficos y precisos hasta la exageración incluyendo comentarios rijosos de su propia experiencia tales como «salí para ver a Betty pero su marido estaba dentro y no pude procurarme ningún placer”. O: «me proporcio­nó la oportunidad de dar un beso a una muy bella  joven». Y también: «Fui a casa de Fink y des­pués de algunos jugueteos (con su esposa), subimos en la oscuridad a su camera». Nos cuenta igual los grandes acontecimientos en el Londres de la época, las costumbres sociales, cuestiones políticas y los vicios de su entorno.

Otro sistema, bien diferente es el de los Diarios de Jovellanos. No me extenderé y acepto la colleja. Aburren a las ovejas. Cosa diferente es el de las Confesiones de Rousseau que siendo un diario o unas memorias se plan­tean como una especie de manual de la edu­cación, la disciplina, el pueblo, la soberanía, sin que rehuya su dolor por el trato dado a su familia.

Pasemos por Pla y su dietario El quadern Gris. En verdad este si es un compendio de todo lo que un gran escritor puede poner en su obra: viajes, literatura, política, crítica social, pai­sajes, retratos, anécdotas y relaciones personales, todo de clara influencia Barojiana. No sabría decir si también la tuvo del Zibaldone de pensamientos, de Leopardi. Igual estoy desbarrando.

Antes de volver a Fractal del Salón de pasos perdidos también cabe incorporar otro tipo de memorias leídas: las que tienen como causa previa, en ella o posterior, a la guerra Civil. Casi todas tienen un fondo de «su verdad» y un ánimo justificativo cuando no exculpatorio: De la dictadura a la República del general Dámaso Berenguer; Lo que yo supe. Memorias de mi paso por la Dirección general de Seguridad, de Emilio Mola Vidal; Misión en España, de Claude G. Bowers; Embajador ante Franco en misión especial de Sir Samuel Hoare; Misión de guerra en España de Carlton S. H. Hayes o Entre Hendaya y Gibraltar de Serrano Suñer.

Mención especial merecen Diplomático en el Madrid rojo de Felix Schlayer, como testigo de los hechos y haciendo memoria de sus actividades como cónsul ante las autoridades del gobierno del Frente Popular. Y España sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano de Carlos Morla Lynch. De este, magnífico, no me atrevo a decir nada que no haya dicho ya Andrés Trapiello en Las armas y las letras.

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Fractal. Objeto geométrico en el que una misma estructura fragmentada o aparentemente irre­gular, se repite a diferentes escalas y tamaños.

La elección del título de esta antología no es ociosa y la ilustración tampoco. Fractal viene de fractus, roto, quebrado, partido (dic. Latino-español de Raimundo de Miguel), participio del verbo frango: romper. Fragmentum: fragmento, por­ción de alguna cosa quebrada.

Empecemos por la ilustración de portada: un pajarillo – de entre los tan queridos por D. Andrés-  fragmenta­do en el que se aprecian las porciones y el todo.

El texto: antología compuesta de fragmentos de 20 volúmenes desde 1987 hasta 2006. ¿Se puede fragmentar una obra como Salón de pasos perdidos y que no pierda frescura y autenticidad? Se puede. Es un compendio monumental de literatura viva y novelada, de experiencias, opiniones y juicios pertinentes donde si ocurre algo que interesa, bien y si no, tampoco pasa nada y por ello es posible la lectura de lo roto, lo quebrado, lo fragmentado.

Mi maestro decía -y lo hizo- que era capaz de escribir una novela donde no pasara nada. Tra­piello es capaz de escribir miles de páginas donde no pasa nada importante… a veces. Si pasa, pasa y si no, es el propio relato, el fluir, el lengua­je lo que nos llena -como en Baroja- y no le pedimos nada más. De hecho Baroja escribió unas cuantas novelas en las que básicamente no sucede nada relevante o recordable y son auténticas delicias Lo que adquiere para uno importancia capital es cómo se cuenta más que lo que se cuenta, cuál es el dominio del lenguaje sin pedantería, la naturalidad sin vulga­ridad, el conocimiento sin vaguedades. ¿La trama, la historia, los hechos, quién los recuerda? A estas edades lo importante es pasar el rato, disfrutar con el hecho de una lectura bien hecha y que el poso sea el gusto por lo bien estructurado y literariamente bien dicho.

Pues bien, Fractal no aporta nada nuevo porque ya lo habíamos leído todo pero sirve como recordatorio y como constatación palmaria de que Andrés Trapiello es un excelso escritor. Y releer siempre es satisfactorio (porque sólo releemos aquello que nos dejó huella o nos satisfizo).

Y ahora, aunque pueda arrepentirme si no se me entiende la broma, ahí va una pequeña tesis. Si fractal lo dividimos por la mitad e invertimos las dos sílabas nos da como resul­tado tal frac (tal que un frac). El frac es un signo de elegancia, de distinción, de algo bien construido y que luce. Los Salón de pasos perdidos, en su conjun­to y este Fractal como antología, son la seña de elegancia y distinción en el buen hacer litera­rio de D. Andrés Trapiello. Fractal y Salón de pasos perdidos son tal que un frac. Son como un frac. Pura poesía.

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2 comentarios

    1. Como ya sabes cuales son ahora algunas de mis lecturas esta antología era necesaria aunque los fragmentos hubieran sido leidos en sus volumenes de origen. Siempre se añade alguna cosa propia a riesgo de errar, pero lo asumo.

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